“ASIMILAR HORIZONTES. ¿QUÉ IMPORTA SI EL MUNDO ES PLANO O REDONDO? IMAGINARSE COMO DISGREGADO EN LA ATMÓSFERA, QUE LO ABRAZA TODO. CREAR VISIONES DE LUGARES VENIDEROS Y SABER QUE SIEMPRE SERÁN LEJANOS, INALCANZABLES COMO TODO IDEAL” RICARDO GÜIRALDES En esta parte, aquí donde estamos, todo es una puesta en escena de los contrarios: la vida frente a la muerte, la luz y la oscuridad, lo material frente a lo etéreo, el movimiento que se opone a la quietud… La geometría también nos regala opuestos: curva y recta. La recta, que no existe en la naturaleza, que es mera interpretación del hombre llevando la realidad a la abstracción suma, es infinita en sí misma, es -según la geometría euclidiana- el número infinito de puntos que siguen la misma dirección y que se encuentran en el mismo plano. La única recta de la naturaleza es el horizonte, pero… ¿no es es horizonte realmente una curva? En el lado opuesto, la esfera, geometría perfecta, rotunda y pura, cerrada en sí misma, conformadora de un espacio cerrado en el que todos los puntos equidistan del centro, siempre incapaces de encontrarse. Nos sugiere la bóveda celeste, la imagen potente de Boulleé y su Cenotafio a Newton. Tomamos estas dos ideas potentes y contrapuestas: la esfera y la recta, y las ponemos en conflicto. Y pensamos en la materia y en la lux y asignamos los papeles. Así, la materia, representada por la pesadez plástica del hormigón, se hace patente en una esfera maciza, que nació hermética y cerrada, a la que sólo la luz -como elemento que corta, que abre, que enseña, que nos hace ver- sólo la luz, decíamos, la divide. Y la Luz es una recta, es el horizonte, es el linde de la materia, la raya entre la Tierra y el cielo.